viernes, 10 de junio de 2011

Neoliberalismo vs neoestructuralismo

Materia: Economía Internacional
Universidad Nacional de Rosario
Tipo: monografía
Quinodoz-Pinat, Carlos & Corvalán, Fernando

Introducción

¿Qué tipo de sociedad se desea construir? Esa es la pregunta fundamental que debe hacerse para poder reconocer cuanto de cielo y cuanto de infierno tiene cada modelo. Poco le importarán a la historia de la economía las aceitadas bisagras por las que atravesaron en cardumen el grueso de la elite de políticos grises al hacer implosión el modelo imperante durante la década de los noventas, otrora paladines del libre mercado, ora guardianes de la intervención estatal. Las mismas bisagras que atravesaron, pero en sentido inverso, los políticos sobrevivientes de la crisis de la deuda y la hiperinflación de fines de los ochentas, como es sabido “buena parte de los que lanzaron las políticas de reformas no llegaron a lideres de gobierno como partidarios de la tesis del neoliberalismo económico; Paz Estensoro en Bolivia y Carlos Menem en Argentina son los ejemplos mas notables”[1].

Los Ochentas

Fue a principio de los ochenta que el modelo de la segunda pos-guerra empezó a mostrar sus fisuras más evidentes. El segundo shock petrolero, los cambios en la política económica estadounidense, la consonante suba de la tasa de interés y el deterioro, en las relaciones de intercambio en el comercio internacional llevó a México a una moratoria de su deuda externa en 1982. Esta fue la oportunidad perfecta para la primera embestida neoliberal, a través de quien de ahora en más pasaría a ser su órgano emblema: el FMI.

Pero, hacia finales de aquellos años, el mal que asestó el golpe de muerte al viejo modelo de economía populista fue la escalada inflacionaria que vivió Latinoamérica,  llegando en algunos casos, como el de Argentina y Brasil, al estallido hiperinflacionario. Entonces el combate a la inflación desplazó del lugar que tenía desde hacía más de cuarenta años  la búsqueda del pleno empleo en las agendas de los gobiernos, “el cuestionamiento a la intervención del Estado, el énfasis en la necesidad de liberar las fuerzas de mercado, las políticas monetarias restrictivas se convirtieron en consignas de un influyente mensaje”[2].

Lo que en otros tiempos fue la clave para el desarrollo de los países de la región era, ahora, mirado a través del prisma neoliberal, la raíz de todos los problemas. Este diagnóstico logró prender con fuerza en los gobiernos que no lo graban estabilizarse todavía y el neoliberalismo hizo su entrada triunfal con forma de Consenso de Washington, con toda la pompa y, en ocasiones, “sin anestesia”. Quizás si los países latinoamericanos no hubiesen adolecido tan gravemente de los problemas de la deuda en lo externo y de las dificultades inflacionarias en lo interno. la influencia septentrional hubiese tenido menor gravitación, pero “la opción por las reformas estructuradas no fue el producto de la eficacia propia del libreto del Washington consensus sino de las limitaciones del paradigma del desarrollo precedente para ofrecer salidas a la emergencia económica”[3].

Reforma Neoliberal

Mientras que desde el altar se abogaba por el “minimus State”, como gran paradoja el proceso de reestructuración requirió de un “fortalecimiento-fortísimo” de la autoridad estatal, sobre todo del ejecutivo, para poder ser llevado adelante. Los decretos de necesidad y urgencia, el poder de veto, la iniciativa legislativa y la delegación en el ejecutivo por parte de la asamblea legislativa, todos instrumentos puestos a disposición en pro de lubricar la maquinaria reformista. Si el Estado debía encogerse para cederle espacio a la iniciativa privada esto solo podía lograrse dándole un mayor campo competencial al ejecutivo, la elite política lo comprendió muy bien. En Bolivia, por ejemplo el uso del decreto presidencial permitió, combinando drásticamente medidas de estabilización con reformas estructurales, salir de la situación hiperinflacionaria de manera casi inmediata[4].

a) Empleo y Salarios: para los partidarios de la teoría de la oferta la inflación era el mal entre los males que debía ser combatido con mayor urgencia. Tal problema, según el análisis de la corriente neoliberal, tenía su razón de ser en la abundancia monetaria. La inflación corroe el salario de los trabajadores, es por eso que la batalla contra la inflación es interpretada por los neo-con como la máxima defensa a los intereses de las clases populares.

La propuesta neoliberal, al mismo tiempo,  defiende la llamada “flexibilización laboral”, esto es, la eliminación de ciertas rigideces en los contratos laborales para incentivar la libre entrada y salida al mercado de trabajo; “por otro lado, la promoción de la descentralización de la negociación colectiva”[5]. De esta forma los salarios quedan determinados por la puja entre la oferta y la demanda laboral, y queda sujeta a periodos de bonanzas económicas, con sus respectivas consecuencias sobre el nivel de vida de los asalariados.
Ambos ítems son coherentes con el dogma neoliberal de achicar el Estado y dejar al mercado que regule estas variables.

También es coherente con el aspecto del discurso que considera a los desempleados como a aquellas personas que no pueden superar su situación debido a falta de iniciativa personal, y no a causa de una coyuntura especifica.

b) Ahorro público: para el modelo neoliberal el aumento del ahorro publico se hace, por un lado, mediante el aumento de los ingreso a través de la ampliación de la base impositiva, y por otro lado, la reducción del gasto público, por medio de las privatizaciones (preferentemente) o el mejoramiento de la gestión de las empresas estatales, y la eliminación de los subsidios a las clases medias, manteniéndolos exclusivamente para los sectores más empobrecidos.

c) Inversión pública: siguiendo uno de los puntos del consenso de Washington, el modelo neoliberal pretendía un recorte en la inversión publica, manteniendo la inversión solamente en aquellas actividades denominadas como “neutras”[6], intentando así paliar el déficit presupuestario  y, a su vez, asegurar los servicios (como sanidad, educación e infraestructura) a los sectores marginados.

d) Comercio exterior: se plantea una apertura total a la Ricardo (ventajas comparativas) de las exportaciones, en donde el mercado resuelve a largo plazo entre los sectores eficientes e ineficientes. Se considera que una política proteccionista de las industrias nacionales frente a la competencia extranjera como creadora de distorsiones costosas que acababan empobreciendo la economía local.

El tipo de cambio fue esbozado como un intento para repuntar las exportaciones. El mismo debía ser flotante, procurando, de  forma análoga, ser competitivo.

Por último, y  retomando lo dicho por Casilda Béjar, “este ideal de libertad comercial suele estar sujeto a dos requisitos. Primero, la protección sustancial de las industrias nacientes, aunque ésta deba ser temporal e ir acompañada de un arancel general moderado como mecanismo para ofrecer una tendencia hacia la diversificación de la base industrial sin amenazas de elevados costes. Segundo, el establecimiento del calendario a seguir. No es de esperar que una economía muy protegida se deshaga de toda su protección sin un periodo de transición”[7].

Crisis Neoliberal

Predecible para algunos, efectos no deseados para otros, lo cierto es que el modelo llegó despedazándose a la entrada del siglo XXI. Muchos de sus objetivos se habían logrado,  el principal entre ellos fue el control de la inflación; también el encogimiento del Estado con el proceso privatizaciones y la inversión directa con incorporación de bienes de capital para renovar la tecnología (sobre todo a principio de los noventas) tuvo un buen desempeño. Pero, en lo que respecta a la llamada “cuestión social”, los logros deberían calificarse muy por debajo de la palabra mediocre.

a) Empleo y salario: Una de las grandes críticas al modelo neoliberal es su escaso éxito en lo que hace a la mejora de las condiciones laborales. En la década del `90, tanto el nivel de empleo como el de pobreza, aumentaron drásticamente. A lo que se suma la precarizacion de las condiciones laborales (contratos temporales, trabajo en negro, trabajo precario) y el pequeño aumento del PBI en los países de la región.

En concordancia con una de las funciones que le quedaron asignadas al Estado, la de asegurar los servicios mínimos (salud y educación primaria) para los sectores más empobrecidos, se implemento el seguro de desempleo. Sin embargo, su aplicación presento dificultades que responden a la realidad latinoamericana, en la que hace al escaso porcentaje del presupuesto destinado a los mismos, y el hecho concreto de que, en el caso argentino, “el 90% de los desocupados esta excluido del acceso al seguro de desempleo”[8].

b) Ahorro público: En lo que respecta a la aplicación de las medidas neoliberales, se puede decir que este es uno de los aspectos en los que tuvo éxito contundente. Entre 1990 y 2000 en América Latina, más de 1000 empresas estatales fueron privatizadas, el gasto público se redujo notablemente y la reforma tributaria de carácter regresivo fue implementada de manera exitosa.

c) Inversión pública: es evidente que se cumplió con éxito la idea de contraer el papel del Estado, esto es fácilmente comprobable observando las masivas privatizaciones a las que sucumbieron los países de América Latina. A su vez, se puede afirmar el rotundo fracaso de estas políticas en el intento de asegurar recursos a la educación y a la salud, incluso provocaron una ampliación en la brecha de desigualdad[9]. Los grandes destinatarios de dichas inversiones fueron aquellas en las que el sector privado no estaba interesado en realizar, tales como infraestructura pública, redes viales y caminos, educación y salud básica, etc.

d) Comercio exterior: el hecho de que a través del mercado se regule y posteriormente se mantengan aquellas empresas más eficientes, dejó a las pequeñas y medianas empresas desprotegidas y a merced de la competencia del mercado siendo muy difícil mantener una rentabilidad que les permitiese subsistir, dando como resultado la aniquilación de la mayoría de ellas.

En cuanto a la forma de liberalización se puede decir que no se han seguido con los requisitos planteados por Casilda Béjar, ejemplo claro de esto son la Ley de Emergencia Económica y la Ley de la Reforma del Estado aplicadas por Argentina en el gobierno de Carlos Menem. “La primera asestó un golpe frontal al corazón del capitalismo asistido que se desarrolló desde la posguerra, suspendiendo los regímenes de promoción industrial, regional, de exportaciones y de compras del Estado; a su vez, la segunda marcó el comienzo del fin de otro de los pilares del patrón de desarrollo preexistente, al fijar el marco normativo para la privatización de empresas publicas”[10].

Las diferentes crisis, producto de la globalización financiera y la apertura de los mercados a ella, hicieron danzar a las economías de la región al ritmo de la desestabilización. Tequila, vodka, arroz, desplome de las “punto com.”, 11 de septiembre, fueron desgastando al modelo. Estadísticas con números abultados en pobreza y desempleo fueron su mayor legado. El reinado de los liberales conservadores estaba llegando a su fin y algunos economistas ya empezaban a desempolvar las teorías intervencionistas caídas en desuso y abandono.

Neoestructuralismo

El modelo neoliberal había resultado ineficiente para resolver los problemas más agobiantes de la región, ni las teorías del derrame que no llegó a derramar ni la reestructuración que no logró solucionar las fallas estructurales eran ya viables. Era el momento preciso, por la coyuntura internacional, para moverse en otra dirección.

La llegada de gobiernos menos ortodoxos con respecto a la autorregulación del mercado fue diseñando, siempre sobre la coyuntura y en poquísimos casos siguiendo un plan estratégico, las formas básicas del modelo que pretende alejarse del neoliberal. Para finales de 2001 incluso el gobierno republicano en Estados Unidos adopta medidas contrarias a la práctica del sacrosanto liberalismo tras la contracción por atentados del 11 de septiembre. Tal paquete incluyo 40.000 millones de dólares para la reconstrucción de los daños y la lucha contra el terrorismo; luego, con 15.000 millones de dólares de ayudas directas a las compañías aéreas; mas adelante, con 75.000 millones de dólares para impulsar la demanda[11].

a) Empleo y salario: En la relación Estado-trabajadores el modelo neodesarrollista reinstaura la negociación de los salario entre el Estado, las empresa y las sindicatos, de esta manera garantizar la equidad y evita las distorsiones que puede generar el mercado, al establecer un piso mínimo que cumpla con las necesidades básicas de los asalariados (el regreso de las paritarias es muestra de ello). Por otro lado, este modelo promociona un tipo de trabajo eficiente, por lo cual hace hincapié en la capacitación y en la educación, como elementos que contribuyan a la competitividad del trabajador.

b) Ahorro público: Para el modelo neodesarrollista el aumento del gasto público ya no se realiza mediante una reducción del Estado, sino a través de una reorientación hacia sus funciones clásicas, como promotor de las actividades productivas eficientes y como elemento compensador de las fallas del mercado. Además propone una reforma tributaria consolidando las fuentes del ingreso y la reducción de los pagos a la deuda externa, con el objetivo de destinar esos fondos a la promoción de las exportaciones

c) Inversión pública: debido al fracaso en el área de la distribución de los ingresos del neoliberalismo, la inversión pública debe orientarse hacia la justicia social apoyando tanto la producción como el consumo de los servicios sociales, otorgando una mayor influencia al Estado en comparación con el neoliberalismo, pero tímida si es comparada con el viejo desarrollismo que se cerraba sobre si mismo apoyado en el modelo de sustitución de importaciones[12].

d) Comercio exterior: El nuevo desarrollismo  expone una apertura gradual a diferencia de la total planteada por el neoliberalismo, orientado hacia la promoción de exportaciones en aquellos sectores cuyos procesos productivos tengan un componente importado significativo. Por lo tanto, sugieren como medidas de política externa una combinación de subsidios a las exportaciones de las empresas pioneras que introduzcan nuevos productos y abran nuevos mercados externos y una reducción de aranceles para insumos y bienes de capital no producidos nacionalmente. Además, es partidaria de hacer una apertura gradual y evitar así la destrucción de los procesos de producción nacional generados por una apertura indiscriminada, a lo neoliberal[13].

Para el nuevo desarrollismo el tipo de cambio debe ser fluctuante, pero administrado: no existe tipo de cambio completamente libre. En los países latinoamericanos, es necesario evitar que el tipo de cambio se valorice excesivamente (enfermedad holandesa). Es necesario establecer de forma negociada un impuesto sobre las exportaciones de estos bienes, que garantice una producción altamente lucrativa, pero que empuje la curva de oferta hacia arriba de forma tal que deje de presionar el tipo de cambio para abajo, hacia un nivel sobrevalorizado e incompatible con la industria[14].

Sobre la coyuntura

Si bien algunos indicadores, como el crecimiento de la región en su conjunto, señalan mejorías en los últimos años, aún persiste la nunca saldada cuenta de la pobreza y la desigualdad extrema. El modelo regresivo de distribución neoliberal sigue teniendo total vigencia, pero como dice Bernardo Klicksberg, este no es un problema estructural sino “de las políticas que se aplican. Si se cambian las políticas, hay oportunidades”[15]. Por eso es tiempo de dejar de lado el interés egoísta. Es tiempo de estadistas, se requiere de un poco de la voluntad de Perón para llevar adelante un proceso de cambio; un poco del intelecto de Frondizi para formular un plan conciso y coherente; y, finalmente, un poco de ética a lo Illia que haga las veces de estrella polar al proceso; y entender, sobre todas las cosas, que el mundo a cambiado mucho en los últimos cincuenta años y no se trata de un simple “revival” de tiempos pretéritos. Se requiere también de intelectuales con una sensibilidad diferente y un compromiso real, cuyos análisis vayan más allá de indicar si un modelo u otro tiene el vaso medio lleno o medio vacío, que poco y nada importa el vaso si no alcanza a saciar la sed.

Si ambos modelos, como se ha escrito, tienen falencias que producen infiernos, sobre todo en aquellos cuya existencia resulta más precaria, la atención deberá estar centrada en “buscar y saber quien y que, en medio del infierno, no es infierno y hacer que dure, y darle espacio”[16]. Entonces, ¿qué tipo de sociedad se desea construir?


[1] Torre, Juan Carlos. “El proceso político de las reformas económicas en América Latina”, pág. 23.
[2] Ibíd. Pág. 27-
[3] Ibíd. Pág. 35.
[4] Torre, Juan Carlos. Op. cit. Pág. 43.
[5] Marshall, Adriana. “El desafío del empleo a finales del siglo XX”, Cuadernos del CEPED nº 2, Bs. As., 1998. Pág. 72.
[6] Banguero, Harold. “Nuevas corrientes en la teoría y la política económica entre el neoliberalismo y el neoestructuralismo”, en Revista de Economía y Administración, Colombia, 2004, pág. 103.
[7] Casilda Béjar, Ramón. “El consenso de Washington”, en Política Exterior, Madrid, 2003. Pág. 113.
[8] Marshall, Adriana. Op. Cit. Pág. 72.
[9] Klicksberg, Bernardo. “En América Latina hay más desigualdad que en África”, en Revista Veintitrés Internacional, Mayo de 2007, pág. 24.
[10] Torre, Juan Carlos. Op. Cit., pág. 48.
[11] Estefanía, Joaquín. Diario La Capital, 21 de octubre de 2001, pág. 6.
[12] Bresser Pereira, Luiz. “Estado y mercado en el nuevo desarrollismo”, en Nueva Sociedad, Caracas, nº 210, julio/agosto de 2007, pág. 118.
[13] Banguero, Harold. Op. Cit. Pág. 104.
[14] Bresser Pereira, Luiz. Op. Cit. Pág. 123.
[15] Klicksberg, Bernardo. Op. Cit. Pág. 24.
[16] Calvino, Italo. “Las ciudades invisibles”.

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